
Santo Espíritu de Dios, en un instante en Pentecostés, transformaste a los discípulos miedosos, que se escondían, en el cenáculo, en almas fuertes y ardientes.
Tú los hiciste salir de aquel encierro, lanzándolos a una grandiosa empresa apostólica.
Transforma ahora nuestros corazones, débiles y temerosos, en corazones intrépidos desbordantes de alegría.
Comunícanos un ardor indomable, una caridad dinámica que se entregue sin reservas a extender el reino de Dios.
Con tu soplo ardiente, mueve nuetra voluntad para hacer el bien en la oración, con el ejemplo y en la acción.
Haz que difundamos con gozo alrededor nuestro las riquezas espirituales que Tú has acumulado en nuestra alma a través de nuestra vida.
Renueva por nuestro medio, el misterio de Pentecostés, con la expansión victoriosa de un amor irresistible y una fe a toda prueba.
AMEN.
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