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martes, 16 de noviembre de 2010

Nuestra reconciliación con Dios

Tema: Nuestra reconciliación con Dios
Clases de Sacramentos- Dadas en la Parroquia Santa María de Perth Amboy, NJ - Por Osvaldo Rios

Nuestra vida como cristianos es iniciada por los sacramentos de iniciación. Cuando un adulto no iniciado en la fe cristiana desde su niñez, el primer paso en su vida como cristiano es un encuentro personal con el Señor. Luego de este encuentro con el Señor, desea ardientemente recibir la fe que la iglesia transmite por los sacramentos de iniciación, instituidos por Cristo y administrados por la iglesia por orden y voluntad de él. Después de ser iniciados y comenzar una vida cristiana digna antes los ojos de Dios, nuestra vida como cristianos se torna difícil. Servir al Señor en nuestra vida cotidiana se es más dura cada día, especialmente cuando nos enfrentamos a nuestras realidades, con nuestras familias y amigos, esposa o esposo, hijos, padres, con nuestros vecinos, en el trabajo, en los quehaceres de todos los días, nos convertimos en "tesoro en recipiente de barro" (2Cor4,7). Nuestras vidas de discipulado están sometidas todavía al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva que hemos recibido por el sacramento del bautismo, ese fortalecimiento especial del Espíritu Santo que recibimos por el sacramento de la confirmación y ese alimento que nos aumenta la gracia y nos acerca a Dios que es la eucaristía, se debilita e incluso se pierde por el pecado. Jesucristo, que instituyó el sacramento de la reconciliación, es el médico de nuestras vidas, y él quiere que nos acerquemos a él, y reconozcamos nuestros errores y nuestras debilidades con el único fin y propósito de vivir una vida santa y digna ante él.

El CIC nos enseña, que nuestra alma tiene tres enemigos; el diablo, el mundo y la carne. Por el que más atacados somos es por el demonio. El busca e intenta todos los medios para separarnos de Dios, crea ciertos pensamientos y actitudes en nuestra mente como el miedo, la verguenza y la falta de sinceridad para que no nos acerquemos al sacramento de la reconciliación. Pero, la buena noticia es que el diablo, aunque, tiene acceso a ciertas partes de nuestra mente, no puede por voluntad de Dios tener acceso a nuestra voluntad, a nuestras emociones ni a nuestra inteligencia. Por lo tanto, podemos, por gracia de Dios y los méritos de Cristo en la cruz, acercarnos al sacramento de la reconciliación con la mayor sinceridad posible, tomando conciencia de que es Jesucristo por medio del sacerdote, quien perdona nuestros pecados y todas nuestras faltas cometidas a él y a nuestros hermanos.

El Evangelio según San Marcos 1,15 Jesucristo nos dice; "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio". El convertirse y creer están de la mano. Resulta que a veces, nos damos cuenta que logramos ese paso de la conversión, tomando en cuenta que convertirse es cambiar de vida, cambiar de actitud, dejar vicios y malas costumbre, pero no creemos en la Buena Noticia del Evangelio." Cambio pero no creo, y si creo, creo pero no en su totalidad". Es necesario creer en la totalidad del anuncio de la Buena Nueva que es Cristo. Convertirse y creer son inseparables, necesitamos creer con paso firme, y decisivos de que realmente Cristo por medio del sacramento de la reconciliación, nos reconcilia con Dios Padre, que realmente somos perdonados de todas y cada una de nuestras miserias y pecados.

Los que hemos vivido y experimentado de alguna forma este hecho de la conversión y de la fe en el Evangelio, nos damos cuenta que necesitamos mantener un proceso de conversión continua como parte de un crecimiento espiritual. Necesitamos reconocer y darnos cuenta que hay una realidad de pecados y faltas hechas a Dios y a mis hermanos. En este proceso de reconocer la realidad de pecado en mi vida, entra en acción el dolor de haber ofendido a Dios. La única forma de crecer espiritualmente, es pasando por la vía de la reconciliación, en el cual el Señor nos permite convertirnos a él cada día. Esta parte es esencial como parte de la misión de la iglesia, de llevarnos a una reconciliación madura y sincera con Dios, conmigo mismo, y con mis hermanos. Resulta que continuamente experimentamos, sin darnos cuenta, que en lugar de dejarnos llevar por el Espíritu de Cristo y hacer su voluntad, seguimos el espíritu de este mundo y contradecimos lo que decímos que somos como cristianos. San Pablo dice en su segunda carta a los corintios 5,20 "Hermanos en nombre de Cristo, les pedimos déjense reconciliar con Dios". Estas palabras suenan, y resuenan y vuelven a sonar hoy de una forma especial, a que nos abramos con el corazón a la misericordia de Dios, él es el único que puede obrar la reconciliación con el hombre y hacer de él una criatura nueva.

Ahora, cómo podemos entrar en este camino de la reconciliación verdadera y lograr que de frutos. Hay un proceder propio de nuestra parte que tenemos que llevar acabo para que este encuentro personal con Cristo Jesús se renueve en el sacramento de la reconciliasión. El CIC nos da cinco pasos que nos ayudan profundamente a recuperar la gracia de Dios que hemos perdido con nuestras miserias y pecados, espesialmente aquellos que causan la muerte espiritual. Estos son: un dilijente examen de conciencia; la contrición (o arrepentimiento); el propósito de no volver a pecar; decir los pecados al sacerdote; y cumplir con lo que el sacerdote nos pida que podamos retribuir con la ofensa a Dios. Vamos a indagar en cada uno de ellos para entenderlos mejor.

Un buen examen de conciencia.

Entrar en un ambiente de recogimiento y de silencio seria el primer paso para entrar al acto de examinar nuestra vida, seguido de un rato de oración y dialogo con el Señor."Tenemos en primer lugar la toma de conciencia del "yo pecador" mediante el examen de conciencia, acto por el que el penitente, con confianza filial, iluminado por la luz de Dios y de su palabra, alcanza un conocimiento real de su pecado, y escuchando la voz del señor que le llama en el fondo de su conciencia y recordando con paz y confianza la misericordia de Dios, pide y se dispone a recibir el perdón del padre que le habla y le llama''.(Dejáos Reconciliar con Dios. CEE #58). El examen de conciencia mira hacia adentro, escarba y saca hacia fuera. En este examen, para tener una visión más clara de cuales son la faltas cometidas hacia Dios, hay que conciderar tres direcciones o vias que nos ayudan a hacer más precisos con nuestro examen de conciencia; (a) los mandamientos de la ley de Dios, (b) los mandamientos de la Iglesia, (c) y las obligaciones del propio estado. también hacer este examen a la luz de la palabra de Dios, desde los evangelios y las Cartas Apostólicas, como por ejemplo, el sermón de la montaña, Ron 12-15, 1Cor 12-13, Ga 5, Ef 4-6. Y cuando hacemos esta revisión, tener en cuenta todos los pecados desde la ultima confesión, los de sentimientos, palabras, obras y omisión (lo que pudimos haber hecho y no hicimos). Se trata de depositar todo nuestro ser a Dios con confianza, no sentir que Dios me va a juzgar, al contrario, dejar que él te mire con ternura y compasión.

El arrepentimiento y dolor de los pecados

Después de hacer un profundo y sinsero examen de conciencia, sin duda sobrevendrá un auténtico dolor por haber ofendido a Dios o a mis hermanos. Sentir dolor de los pecados es arrepentirse de haber ofendido a Dios. El dolor es lo más importante de la confesión. Arrepentirse, es sentir dolor de todo corazón de haber hecho algo que no tenia que haber hecho o no haber hecho algo que sí tenia que haber hecho. El arrepentimiento es una cuestión de voluntad. Tiene que salir desde lo más profundo de tu corazón. El dolor de contrición o dolor perfecto, es fruto de un ardiente amor por Dios, y este, al no poder acercarte al sacramento de la reconciliación, hace posible la reconciliación con él. Sin embargo, este dolor no te aleja del sacramento, al contrario a él te impulsa lo más pronto posible, por que para estar seguro de una contrición perfecta es necesrio una confesión oral de los pecados. Por eso para recibir el sacramento de la eucaristía, si se cree estar en pecado mortal, hay que confesarse antes, por que de lo contrario estaríamos despreciando a Cristo si no tenemos las necesarias disposiciones.
El propósito de no volver a pecar más (el propósito de enmienda)
Jesús le indicó a aquella mujer pecadora en Juan 8,11: "Anda, y no peques más". De esto consiste, de no volver a pecar más. Ahora, sabemos que no tenemos la seguridad o la certeza de no volver a pecar, pero tenemos que poner todo nuestro empeño para no ofender más a nuestro Dios. Nosotros somos los únicos que conocemos a profundidad nuestro interior, ese yo que nadie puede ver. Solo yo sé cuales son mis debilidades, por donde cojea mi corazón, por lo tanto tengo que buscar todos los medios para estar separado de todo aquello que me separa de la gracia de Dios, de todo aquello que me hunde en el pecado. De esto se trata, de alejarme de todo aquello que sé que me aparta de mi Señor, de su infinito amor.
Confesión de los pecados
" La confesión, es la acusación sincera de los propios pecados ante el ministro de Jesucristo para recibir el perdón de Dios, que"nace del verdadero conocimiento de sí mismo ante Dios y de la contrición de los pecados". Se trata de una manifestación de nuestra concreta situación pecadora personal, una acusación íntegra-dolorida y esperanzada- de los pecados mortales de los que que se tenga conciencia, tras el examen, hecha através del ministro, a Dios que nos reconcilia en Cristo por la moción del Espiritu. De esta manera la confesión penitencial es también de manera principal, confesión de fe, proclamación de la fe del pecador en Dios Salvador, perdón de todos los pecados. Asi el sacramento es proclamación ante el mundo de quien es nuestro Dios y glorificación de Dios en su veracidad y en su santidad. Por eso es confesión de alabanza, y aclamación de alegría ante Dios, la vuelta en acción de gracia por la salvación que nos otorga''.(CEE Dejáos reconciliar con Dios #58-C) Esta es verdaderamente una excelente definición de lo que es una confesión ante el ministro de Cristo, es depositar toda mi confianza en el Señor, y actuar como el hijo pródigo y regresar al padre diciendo''He pecado contra el Cielo y contra ti'', es liberarme de todo aquello que me quema por dentro, es confesar ante el juez todo lo que ha pasado en mi vida desde aquella ultima confesión, que ha sido desagradable e indigno ante sus ojos. Por eso se recomienda profundamente no solo reconoser los pecados mortales, también reconoser aquellas manchas veniales que si no se limpian a tiempo se convierten en costras dificiles de remover, que en consecuencias nos separan cada ves más de Dios y causan una muerte espiritual.

Cumplir la penitencia impuesta.

''La verdadera conversión se realiza con la satisfacción por los pecados, el cambio de vida y reparación de los daños. Esta satisfacción es el signo del compromiso personal que el cristiano ha asumido ante Dios de comenzar una existencia nueva. No podemos minimizar la importancia que corresponde a esta satisfacción en el proceso sacramental "como sacrificio aceptado y practicado para la conversión del pecado", como establecimiento del equilibrio y la armonía rotos por el pecado, como cambio de dirección a costa de sacrificio.''(CEE dejáos reconciliar con Dios# 58-D) Exactamente de esto se trata, de querer pagar un pago por el daño causado, y que es valido este pago cuando se es pagado desde el corazón. Es un deseo profundamente de devolver un bien por el mal que hemos hecho, es un sentimiento de no- solo hacer la penitencia propuesta por el ministro de Cristo, sino de hacer algo más que me ayude a reparar el pecado cometido.

Modos o prácticas que nos ayudarían antes, durante y después de una confesión

-antes de la confesión: orar, pedirle al Espíritu Santo que nos ilumine para reconocer con sinceridad nuestras faltas y pecados.
-durante la confesión: si el sacerdote lo permite, leer algún texto de la Sagrada Escritura en el que se manifieste la misericordia de Dios, luego desir mis pecados, y luego el acto de contricción.
-después de la confesión: dar gracias a Dios por su misericordia, hacer de corazón el acto de no volver a ofender al Señor, pedir la intercesión a nuestra Madre la Virgen María para que nuestras vidas puedan mantenerse en el propósito de no desviarnos de Dios.
Conclusión
Dios ama profundamente al pecador, pero detesta profundamente el pecado. San Pedro en Hechos 3, 19 nos habla muy claro acerca de la necesidad del arrepentimiento y la conversión para obtener una verdadera purificación de nuestros pecados. Por lo tanto mis hermanos reconozcamos sinceramente el deseos profundo de Dios de que vivamos de acuerdo a su querer, de que nuestras vidas transcuran según su voluntad. Procuramos que nuestros diario vivir sea una continua imitación de Cristo. Amén.......

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