Del Propio de la Fiesta.
28 de diciembre
LOS SANTOS INOCENTES, mártires. (FIESTA).
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVOCACIÓN INICIAL
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
INVITATORIO
Ant. A Cristo recién nacido, que otorgó a los mártires Inocentes la corona de la gloria, venid, adorémosle.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: OYE TURBADO EL TIRANO
Oye turbado el tirano
que ha nacido un Soberano
por su mal;
un niño que es Rey eterno,
que nace pobre en invierno
y en portal.
Aquellos magos de Oriente
le trajeron de repente
la noticia;
y, loco de furia extraña,
con sangre las cunas baña
su sevicia.
Y, en golpe de odio y espada,
la furia de la nevada
cercenó
capullos de mariposas,
y de rosales las rosas
deshojó.
De Raquel, roto el gemido
y el sollozo contenido
y sosegado,
rojo llanto de congojas
en esas mañanas rojas
ha dejado.
Danos, por tu Hijo amado,
arrojar, Padre, el pecado
de la guerra;
pon la paz en la bonanza
y que reine la esperanza
en la tierra. Amén.
SALMODIA
Ant 1. «Irán en mi cortejo vestidos de blanco, pues son dignos de ello», dice el Señor.
SALMO 62, 2-9 - EL ALMA SEDIENTA DE DIOS
¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. «Irán en mi cortejo vestidos de blanco, pues son dignos de ello», dice el Señor.
Ant 2. Los niños Inocentes cantan alabanzas al Señor; lo que en esta vida no pudieron hacer lo han realizado después de su muerte.
Cántico: TODA LA CREACIÓN ALABE AL SEÑOR - Dn 3, 57-88. 56
Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.
Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.
Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.
Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
No se dice Gloria al Padre.
Ant. Los niños Inocentes cantan alabanzas al Señor; lo que en esta vida no pudieron hacer lo han realizado después de su muerte.
Ant 3. De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos.
Salmo 149 - ALEGRÍA DE LOS SANTOS
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:
para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.
Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos.
LECTURA BREVE Jr 31, 15
Una voz se escucha en Ramá, gemidos y llanto amargo: Raquel está llorando a sus hijos, y no se consuela, porque ya no existen.
RESPONSORIO BREVE
V. Los santos y los justos viven eternamente.
R. Los santos y los justos viven eternamente.
V. Reciben de Dios su recompensa.
R. Viven eternamente.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Los santos y los justos viven eternamente.
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Los niños Inocentes murieron por Cristo, fueron arrancados del pecho de su madre para ser asesinados: ahora siguen al Cordero sin mancha, cantando: «Gloria a ti, Señor.»
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Los niños Inocentes murieron por Cristo, fueron arrancados del pecho de su madre para ser asesinados: ahora siguen al Cordero sin mancha, cantando: «Gloria a ti, Señor.»
PRECES
Celebremos la gloria de Cristo, que venció a un tirano, no con un ejército de soldados, sino con un blanco escuadrón de niños; digámosle llenos de júbilo:
A ti te aclama el ejército glorioso de los mártires.
Cristo Señor, de quien dieron testimonio los niños Inocentes, no con sus palabras, sino con su sangre,
haz que nosotros demos testimonio de ti ante los hombres, tanto con nuestra palabra como con nuestra conducta.
Tú que hiciste capaces del triunfo a quienes aún no eran capaces de entrar en combate,
no permitas que seamos vencidos nosotros, a quienes tantos medios has dado para llegar a la victoria.
Tú que lavaste con tu sangre las vestiduras de los santos Inocentes,
purifícanos de toda maldad.
Tú que enviaste al cielo a esos niños mártires como primicias de tu reino,
no permitas que nosotros seamos excluidos del festín eterno.
Tú que experimentaste en tu infancia la persecución y el destierro,
protege a los niños que se ven acosados por la indigencia, la guerra o la desgracia.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Elevemos nuestra voz al Padre celestial, ante el cual todos nos sentimos como niños pequeños, y digámosle confiadamente:
Padre nuestro...
ORACION
Señor Dios, cuya gloria pregonaron en este día los Inocentes mártires, no con palabras, sino dando su vida por ti, haz que nuestra conducta testifique con hechos la fe que proclamamos con los labios. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Fiesta de los Santos Inocentes, mártires
Epístola I de San Juan 1,5-10.2,1-2.
La noticia que hemos oído de él y que nosotros les anunciamos, es esta: Dios es luz, y en él no hay tinieblas.
Si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en las tinieblas, mentimos y no procedemos conforme a la verdad.
Pero si caminamos en la luz, como el mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad.
Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Hijos míos, les he escrito estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo.
El es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Salmo 124(123),2-3.4-5.7b-8.
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando los hombres se alzaron contra nosotros,
nos habrían devorado vivos.
Cuando ardió su furor contra nosotros,
las aguas nos habrían inundado,
un torrente nos habría sumergido,
nos habrían sumergido las aguas turbulentas.
de la trampa del cazador
Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Evangelio según San Mateo 2,13-18.
Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.
Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado.
Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías:
En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen.
La noticia que hemos oído de él y que nosotros les anunciamos, es esta: Dios es luz, y en él no hay tinieblas.
Si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en las tinieblas, mentimos y no procedemos conforme a la verdad.
Pero si caminamos en la luz, como el mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad.
Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Hijos míos, les he escrito estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo.
El es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Salmo 124(123),2-3.4-5.7b-8.
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando los hombres se alzaron contra nosotros,
nos habrían devorado vivos.
Cuando ardió su furor contra nosotros,
las aguas nos habrían inundado,
un torrente nos habría sumergido,
nos habrían sumergido las aguas turbulentas.
de la trampa del cazador
Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Evangelio según San Mateo 2,13-18.
Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.
Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado.
Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías:
En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen.
1Jn. 1, 5-2, 2. Somos la Iglesia que peregrina hacia la casa del Padre. Frágiles y pecadores; ¿quién puede decir que no tiene pecado? Sin embargo sabemos que Dios nos perdonó en la Sangre derramada por su Hijo, en un amor hacia nosotros hasta el extremo. Los que creemos en Dios no podemos engañarnos a nosotros mismos, pensando que le pertenecemos cuando permanecemos en las tinieblas del pecado y del error. Por eso, sabiéndonos amados por Dios; sabiendo que Él nos ha trasladado de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia, no podemos decir que somos de Dios cuando continuamos pecando. Sin embargo sabemos que, a pesar de haber sido perdonados y recibidos como hijos de Dios, mientras caminamos por este mundo continuamos sujetos a nuestra concupiscencia. Por eso hemos de permanecer en oración y vigilantes para no ser dominados por el mal. Pero si pecamos, tenemos en Cristo el perdón de nuestros pecados, no para vivir con una falsa confianza, pensando que podemos pecar cuantas veces queramos, al fin y al cabo Dios siempre nos perdonará, pues no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor vendrá por nosotros. Si lo amamos, vivamos siéndole fieles, siempre dispuestos a volver a la comunión de vida con Él cuando, a causa de nuestra inclinación al mal, pudiésemos habernos alejado de Él. Y esto nos debe llevar a ser comprensivos para con nuestro prójimo. No podemos querer crear una Iglesia de puros, separada y olvidada de los pecadores; o, peor aún, rechazando a los que considera malvados. Dios ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido, dándonos, siempre, la oportunidad de volver a Él. Este es el mismo camino de amor y de misericordia que ha de vivir y seguir la Iglesia en Cristo Jesús.
Sal. 124 (123). Dios está siempre de parte de los suyos. Y nosotros somos suyos, pues Él nos creó porque nos ama. Y Él nos santificó en Cristo Jesús, su Hijo, porque su amor por nosotros es eterno y nos quiere con Él, sanos y salvos en su Reino celestial. Es verdad que nos acechan muchas tentaciones; es verdad que somos calumniados, perseguidos y puestos al borde de la vida. Sin embargo Dios velará siempre por nosotros y nos librará de la mano de nuestros enemigos y de la de aquellos que nos aborrecen. Por eso aprendamos siempre a confiar en el Señor. Pero que esa confianza brote del amor que le tengamos. No busquemos, imprudentemente, el ser perseguidos por Cristo, pues esto no es grato al Señor. Dediquémonos a Él; demos testimonio de Él; llevemos una vida conforme al Evangelio. Que el mundo lea, en la Iglesia, la presencia salvadora de Cristo a través de la historia. Si a causa de confesar nuestra fe nos maldicen, dicen cosas falsas de nosotros o nos crucifican, será un honor para nosotros haber sido considerados por Dios dignos de dar, con nuestra sangre, el testimonio supremo de nuestra fe en Él.
Mt. 2, 13-18. Moisés había tomado decisiones que sólo le competían al faraón, pues había asesinado a un egipcio. Por eso, por atribuirse una autoridad que no le competía, fue perseguido para asesinarlo; y tuvo que huir lejos de Egipto. Jesús, ahora, es adorado por unos magos, que le buscan viniendo de tierras lejanas; y preguntan por Él, como el nacido Rey de los Judíos. Y para evitar posibles disensiones en Judea, Herodes le persigue; y Jesús huye a Egipto para volver, despús, a Nazaret. Esto lo convierte en el nuevo Moisés que camina, junto con el Nuevo Pueblo de Dios, hacia la posesión de la Patria eterna, saliendo de la esclavitud del pecado, pasando por las aguas bautismales y siendo conducido por el Señor bajo una nueva Ley: la Ley del amor. Efectivamente "De Egipto llamó, el Padre Dios, a su Hijo." Y Él nos llama desde nuestros Egiptos, desde nuestras esclavitudes, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Como consecuencia de haberse visto burlado por los magos, Herodes mandará asesinar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años. Así ellos se convierten en los primeros en derramar su sangre a causa de Cristo. Ojalá y cada uno de nosotros aprenda a ir tras las huellas de Cristo, con todas sus consecuencias, de tal forma que jamás nos dejemos amedrentar por aquellos que nos maldigan o persigan, pues, finalmente, Dios nos llevará consigo a su Reino celestial.
Jesús corre la misma suerte del Pueblo que viene a salvar. Pueblo perseguido; pero protegido por Dios. Pueblo expulsado de Egipto; pero conducido por Dios hacia la tierra que Él había prometido a sus antiguos padres. Jesús, incomprendido, perseguido, crucificado fuera de la ciudad, se levantará victorioso sobre sus enemigos y entrará en la Gloria de su Padre Dios. Pero no va sólo. Lo acompañamos los que creemos en Él y formamos su Iglesia. En la celebración Eucarística entramos en comunión de vida con el Señor, unidos a Él de tal forma que Él es Cabeza de la Iglesia, y nosotros somos su Cuerpo. Unidos a Él nos convertimos en testigos del amor que el Padre continúa manifestando, por medio nuestro, al mundo entero, llamando a todos a la conversión y a la plena unión con Él. Unidos a Cristo estamos dispuestos a correr su misma suerte, no sólo siendo perseguidos, sino, incluso, llrgando hasta derramar nuestra sangre para que, unida a la de Cristo en la Cruz, sirva para el perdón de los pecados. Por eso la Eucaristía no sólo la celebramos, sino que la vivimos día a día, momento a momento, tras las huellas del Señor de la Iglesia.
Peregrinamos hacia la Casa del Padre como una comunidad de hermanos. Vivimos guiados por Cristo y vivimos únicamente bajo la Ley del Amor; del amor a Dios como a nuestro Padre, a quien amamos por encima de todo; del amor a nuestro prójimo, en quien vemos a nuestro hermano, y al que amamos como Cristo nos amó a nosotros. Somos constructores de un mundo que día a día se renueva, más y más, en Cristo Jesús. Somos conscientes de que nuestro testimonio puede provocar el que seamos perseguidos, y que al acabar con nuestra vida en su paso por este mundo, muchos piensen que han silenciado la voz de Dios, que se dirigía a ellos por medio de su Iglesia, no para condenarlos, sino para llamarlos a la vida, al amor, a la justicia, a la santidad, a la bondad, a la misericordia. Pero ese es el riesgo que hemos de correr, o afrontar los que creemos en Cristo y, junto con Él, caminamos hacia nuestra plena liberación en la Patria eterna. No importa que tengamos que huir de una ciudad a otra. Ahí donde lleguemos; ahí, en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, hemos de ser un signo de la Iglesia que Dios sigue llamando para sacarla de sus esclavitudes y conducirla a la posesión de los bienes eternos. Por eso vivamos no bajo el signo de la cobardía, sino de la valentía en el testimonio de nuestra fe; valentía que no nace de nuestras decisiones sino de la presencia del Espíritu de Dios que, habitando en nosotros, lo escuchamos para que nos conduzca hacia nuestra salvación eterna en Cristo Jesús.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber vivir fieles en el seguimiento de Cristo, aún a costa de tener que dar el testimonio supremo de nuestra fe no sólo para alcanzar nuestra salvación, sino para colaborar con el Espíritu de Dios en la salvación de los demás. Amén.
Santo Rosario por las Hnas Siervas de los corazones traspasados de Jesús y María Misterios Gozosos - Lunes y Sábado
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