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sábado, 26 de septiembre de 2015

"En tu presencia cada día" - para el Sábado 26 de septiembre 2015

Sábado de la vigésima qunita semana del tiempo ordinario


Libro de Zacarías 2,5-9.14-15a. 
Yo levanté los ojos, y tuve una visión: Había un hombre que tenía en la mano una cuerda de medir.
Entonces le pregunté: "¿A dónde vas?". El mes respondió: "Voy a medir Jerusalén, para ver cuánto tiene de ancho y cuánto de largo".
Mientras el ángel que hablaba conmigo estaba allí, otro ángel le salió a su encuentro
y le dijo: "Corre, habla a ese joven y dile: Jerusalén será una ciudad abierta por la gran cantidad de hombres y animales que habrá en ella.
Yo seré para ella -oráculo del Señor- una muralla de fuego a su alrededor, y seré su Gloria en medio de ella".
Grita de júbilo y alégrate, hija de Sión: porque yo vengo a habitar en medio de ti -oráculo del Señor-.
Aquel día, muchas naciones se unirán al Señor: ellas serán un pueblo para él y habitarán en medio de ti. ¡Así sabrás que me ha enviado a ti el Señor de los ejércitos!



Libro de Jeremías 31,10.11-12ab.13. 
¡Escuchen, naciones, la palabra del Señor,
anúncienla en las costas más lejanas!
Digan: «El que dispersó a Israel lo reunirá,
y lo cuidará como un pastor a su rebaño.»

Porque el Señor ha rescatado a Jacob,
lo redimió de una mano más fuerte que él.
Llegarán gritando de alegría a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor.

Entonces la joven danzará alegremente,
los jóvenes y los viejos se regocijarán;
yo cambiaré su duelo en alegría,
los alegraré y los consolaré de su aflicción.





Evangelio según San Lucas 9,43b-45. 
Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
"Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres".
Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto. 

LECTURAS: ZAC 2, 5-9. 14-15; JER 31; LC 9, 43-45

Zac. 2, 5-9. 14-15. La Nueva Jerusalén, Ciudad Santa, Esposa del Cordero, Iglesia Santa, ya no tiene murallas, sino sólo al Señor que la custodia como muralla de fuego para que los poderes del infierno no prevalezcan sobre ella. A pertenecer a ella están convocadas todas las naciones. Quien se haga parte de esta Comunidad de creyentes se hará huésped del mismo Dios; más aún: Dios vendrá como huésped al corazón del creyente, habitando en él como en un templo. Por eso hemos de poner nuestro empeño en no destruir el templo santo de Dios que somos nosotros, sino en conservarlo santo e irreprochable hasta la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.

Jer. 31, 10-13. Concluyó el destierro; hay que volver a la tierra prometida; el Señor se convertirá en protector y defensor de su pueblo en su camino por el desierto hacia la tierra que Él dio a los patriarcas. Al poseer nuevamente la tierra prometida, volverá la paz, la alegría y el disfrutar de los abundantes frutos, que finalmente no será sino gozar de los bienes del Señor. Por medio de Cristo Jesús nosotros hemos sido liberados de nuestra esclavitud al mal; y el Señor nos ha dado su Espíritu que nos guía hacia la posesión de los bienes definitivos. Mientras vamos por este camino cargando nuestra cruz de cada día, esforcémonos por no dejarnos desviar de la meta a la que se han de dirigir nuestros pasos: la posesión de los bienes eternos, en que ya no habrá tristeza, ni dolor, ni penas, sino alegría, gozo y paz en el Señor. Vayamos, pues, tras de Cristo, que vela de nosotros como el pastor cuida su rebaño.

Lc. 9, 43-45. ¡Qué difícil entender que el camino que lleva a Jesús a la gloria ha de pasar por la muerte! Él mismo indicará a los discípulos que se encaminaban hacia Emaús: Era necesario que el Hijo del hombre padeciera todo esto para entrar así en su Gloria. Ojalá y no seamos tardos ni duros de corazón para entender y vivir aquella invitación que el Señor nos hace: Toma tu cruz de cada día y sígueme. No podemos amar nuestra vida de tal forma que nos apeguemos a ella y tratemos de evitarle todo el sacrificio y esfuerzo que se exige a quien quiera no sólo anunciar, sino ser testigo de la Buena Nueva del amor de Dios para todos. No nos quedemos con una imagen falsa de hedonismo cristiano. Quien quiera colaborar para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros, debe aprender a renunciar a sí mismo, a no querer conservar su vida sin sembrarla en tierra para que muera y surja una humanidad nueva en Cristo. La fecundidad que viene del Espíritu de Dios en nosotros requiere que muramos a nuestros egoísmos y a nuestras visiones cortas de la vida, y que comencemos a dar nuestra vida para que otros tengan vida, y la tengan en abundancia. Y esto, no porque no haya bastado la Redención efectuada por Cristo, sino porque, ya desde la cruz, Él asoció a su Redención nuestras penas, dolores, sacrificios, entrega, e incluso nuestra muerte aceptada por Él y por su Evangelio.

En esta Eucaristía celebramos el Memorial de aquello que pareció ser el gran fracaso del Mesías esperado. En la mente de los judíos se cernía la imagen de un Mesías con criterios meramente humanos; capaz de alimentarlos a todos sin el más mínimo esfuerzo; capaz de liberarlos de sus enemigos, sin que ellos levantaran siquiera un dedo. Pero el Señor, aparentemente vencido por las fuerzas del mal que actuaron a través de personas que sólo eran santos en su apariencia, pero cuyo corazón estaba podrido por el pecado, ahora, reinando glorioso desde el cielo, manifiesta que el Mesías debía padecer para hacer de nosotros un pueblo de santos e hijos de Dios. Al participar de esta Eucaristía, entrando en comunión de vida con el Señor, decidimos, también nosotros, caminar en adelante, no conforme a los criterios mundanos, sino conforme a los criterios del amor verdadero que procede de Dios y que nos lleva a vivir sin egoísmos, sino en una entrega generosa, incluso de nuestra vida, por el bien de nuestro prójimo.

Este es el mismo camino de la Iglesia. En ella no estamos para adquirir prestigio, sino para servir. Ya nos dice el apóstol Pablo: Hay de mí si no evangelizare. Ya nos lo recuerda san Agustín: Quien ocupa un lugar de servicio tiene una gran responsabilidad ante Dios y ante los hombres, pues el Obispo no sólo velará y dará cuentas de su propia vida, sino que velará y dará cuentas de aquellos que le fueron confiados. Ojalá y sepamos hacer nuestras aquellas palabras de Cristo: No he perdido a ninguno de los que Tú me confiaste. Toda la Iglesia, Comunidad de fe y Esposa del Señor Jesús, ha de aceptar el convertirse en signo de salvación para todos mediante la entrega generosa de todos sus miembros, no sólo yendo a tierra de misión a proclamar el Nombre del Señor, sino dando su vida en la existencia cotidiana, ahí donde uno ha de ser testigo de rectitud, de honestidad, de alegría, de bondad, de paz, de solidaridad, en fin, de todo aquello que ha de brotar de la presencia del Espíritu de Dios en nosotros. ¿Que esto requiere sacrificios? Más que hacernos esa pregunta tendríamos que preguntarnos si en verdad queremos ser discípulos de Jesús y llevar su salvación a todos, sabiendo que el hacer nuestra esta Misión nos conduce a seguir sus huellas y a exponernos a que también a nosotros nos llamen demonios, y nos persigan, y acaben con nuestra vida por ser testigos de Alguien que nos ha precedido con su cruz en el camino que nos conduce a la Gloria.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser fieles al amor a Dios y al amor a nuestro prójimo, aceptando todas las consecuencia que nos traiga el amar como nosotros hemos sido amados por Dios. Amén.

www.homiliacatolica.com

Homilías de viva voz por el Padre Nelson Medina,O.P.

(Nota: Haga click en los enlaces para escuchar los audios)

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1
1997/09/27

Creer en Dios es una muralla de fuego contra el pecado; pero, creer en Dios no es una muralla de fuego contra los males.
00:08:19
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2
1999/09/25

Toda la alabanza cristiana tiene que pasar por la Cruz de Cristo.
00:15:10
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3
2011/09/24

El destierro y las demás persecuciones que vivieron los judíos sirvieron al misterioso plan de la providencia divina. Zacarías, profeta de esperanza, sabe asegurar al pueblo que Dios sabe lo que está haciendo.
00:04:40
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4
2013/09/28

Lo que el orgullo humano pretendía en Babilonia, la gracia divina lo otorgará en Jerusalén.
00:05:26
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5
2015/09/26

Dios se vale de muchas cosas, del destierro mismo, para hacer un llamado y enviar su mensaje de amor a todas las naciones.
00:04:33
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