De la Feria. Salterio I
20 de septiembre
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVOCACIÓN INICIALV. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
INVITATORIO
Ant. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno: ES VERDAD QUE LAS LUCES DEL ALBA
Es verdad que las luces del alba
del día de hoy
son más puras, radiantes y bellas,
por gracia de Dios.
Es verdad que yo siento en mi vida,
muy dentro de mí,
que la gracia de Dios es mi gracia,
que no merecí.
Es verdad que la gracia del Padre,
en Cristo Jesús,
es la gloria del hombre y del mundo
bañados en luz.
Es verdad que la Pascua de Cristo
es pascua por mí,
que su muerte y victoria me dieron
eterno vivir.
Viviré en alabanzas al Padre,
que al Hijo nos dio,
y que el santo Paráclito inflame
nuestra alma en amor. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Por ti madrugo, Dios mío, para contemplar tu fuerza y tu gloria. Aleluya.
SALMO 62, 2-9 - EL ALMA SEDIENTA DE DIOS
¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Por ti madrugo, Dios mío, para contemplar tu fuerza y tu gloria. Aleluya.
Ant 2. En medio de las llamas, los tres jóvenes, unánimes, cantaban: «Bendito sea el Señor.» Aleluya.
Cántico: TODA LA CREACIÓN ALABE AL SEÑOR - Dn 3, 57-88. 56
Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.
Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.
Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.
Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
No se dice Gloria al Padre.
Ant. En medio de las llamas, los tres jóvenes, unánimes, cantaban: «Bendito sea el Señor.» Aleluya.
Ant 3. Que el pueblo de Dios se alegre por su Rey. Aleluya.
Salmo 149 - ALEGRÍA DE LOS SANTOS
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:
para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.
Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Que el pueblo de Dios se alegre por su Rey. Aleluya.
LECTURA BREVE Ap 7, 10. 12
¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero! La bendición, y la gloria, y la sabiduría, y la acción de gracias, y el honor, y el poder, y la fuerza son de nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.
RESPONSORIO BREVE
V. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.
V. Tú que estás sentado a la derecha del Padre.
R. Ten piedad de nosotros.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. El Hijo del hombre tenía que sufrir y resucitar para salvar al mundo.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Hijo del hombre tenía que sufrir y resucitar para salvar al mundo.
PRECES
Glorifiquemos al Señor Jesús, luz que alumbra a todo hombre y sol de justicia que no conoce el ocaso, y digámosle:
Tú que eres nuestra vida y nuestra salvación, Señor, ten piedad.
Creador de la luz, de cuya bondad recibimos, con acción de gracias, las primicias de este día;
te pedimos que el recuerdo de tu santa resurrección sea nuestro gozo durante este domingo.
Que tu Espíritu Santo nos enseñe a cumplir tu voluntad,
y que tu sabiduría dirija hoy todas nuestras acciones.
Que al celebrar la eucaristía de este domingo tu palabra nos llene de gozo,
y que la participación en el banquete de tu amor haga crecer nuestra esperanza.
Que sepamos contemplar las maravillas que tu generosidad nos concede,
y vivamos durante todo el día en acción de gracias.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Digamos ahora todos juntos la oración que Cristo nos enseñó:
Padre nuestro...
ORACION
Oh Dios, has hecho del amor a ti y a los hermanos la plenitud de la ley; concédenos cumplir tus mandamientos y llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Libro de la Sabiduría 2,12.17-20.
«Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida.
Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final.
Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos.
Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia.
Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.»
Salmo 54(53),3-4.5.6.8.
Dios mío, sálvame por tu Nombre,
defiéndeme con tu poder.
Dios mío, escucha mi súplica,
presta atención a las palabras de mi boca.
pPorque gente soberbia se ha alzado contra mí,
hombres violentos atentan contra mi vida,
sin tener presente a Dios.
Pero Dios es mi ayuda,
el Señor es mi verdadero sostén:
Te ofreceré un sacrificio voluntario,
daré gracias a tu Nombre, porque es bueno
Epístola de Santiago 3,16-18.4,1-3.
Porque donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad.
En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera.
Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz.
¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros?
Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden.
O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones.
Evangelio según San Marcos 9,30-37.
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera,
porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".
Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos".
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:
"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".
Comentando la Palabra de Dios
Sab. 2, 12. 17-20. ¿Realmente creemos en la Iglesia que, por amor, se hace servidora de todos los hombres? Es muy sencillo esperarlo todo de la Iglesia; más aún: ponernos exigentes con ella reclamando nuestros derechos. Pero qué difícil es detenernos a considerar nuestros deberes, nuestras responsabilidades en ella. La Iglesia, a la par que requiere servicios en el aspecto litúrgico y de anuncio de la Palabra, requiere servicios en el aspecto de asistencia social, o servicio de caridad, como le llama la Escritura. Ya el Concilio Vaticano Segundo nos invita a todos los creyentes a dar testimonio del Señor en todos los ambientes en que se desarrolle nuestra vida, impulsando entre nosotros el apostolado del semejante por el semejante. Ahí, no sólo nuestras palabras, sino nuestro testimonio, nuestra vida misma debe hacer al hombre confrontar su vida con la verdad, con el amor verdadero, con la responsabilidad que se tiene para construir la paz, con la capacidad de amar sirviendo fraternalmente. Probablemente se nos rechace, se nos persiga y se haga mofa de nosotros; sin embargo, no son sólo nuestras palabras, somos nosotros, convertidos en testigos del Señor quienes nos hemos de convertir en el llamado más fuerte a cambiar la forma de llevar la vida. Tal vez callen nuestra voz, o por lo menos nos desprecien; sin embargo, puesta nuestra confianza en Dios, hemos de permanecer firmes y constantes en el anuncio del Nombre del Señor especialmente con el testimonio de nuestra vida, aceptando todos los riesgos que, a causa de eso, tengamos que sufrir o soportar por el Señor.
Sal. 53. Ante un Dios, justo en la retribución, el salmista no sólo le pide al Señor que le defienda de sus enemigos, sino que extienda su mano en contra de ellos. Nosotros, siendo pecadores y dignos de recibir el castigo merecido a nuestra rebeldías y ofensas al Señor, hemos sido buscados por Él para que recibamos su perdón y la participación de su misma vida. Aquel que puso orden en el caos inicial y lo convirtió en fuente de vida, llega a nosotros para hacer desaparecer el desorden y las tinieblas del pecado, y a concedernos su Espíritu para que ilumine nuestros caminos y nos haga fecundos en buenas obras. Si así hemos sido amado por Dios, quienes nos consideramos hijos suyos, hemos de seguir el mismo ejemplo que Él nos dio amando a nuestro prójimo y buscándolo para que vuelva al Señor.
Stgo. 3, 16-3, 3. Nadie puede decir que se ha liberado totalmente de las malas pasiones que combaten dentro del interior de la persona. El dominio de las mismas no es sólo cuestión de la buena voluntad de cada uno de nosotros; la experiencia nos dice que muchas veces nos hemos propuesto superarlas y, al paso de las horas o de los días hemos vuelto a dejarnos dominar por ellas. El Apóstol Santiago nos invita a pedir la sabiduría de Dios, no para malgastarla, sino para que nos ayude a vivir con pureza de costumbres y a convertirnos en amantes de la paz, comprensivos, y dóciles; a estar llenos de misericordia y buenos frutos, a ser imparciales y sinceros. Como nos dice san Pablo: No yo, sino la gracia de Dios conmigo; pues, efectivamente el Señor nos dice: permanezcan en mí y yo en ustedes, para que den fruto abundante; pues sin mí no puede hacer nada. Si queremos dejar de destruirnos unos a otros, si queremos dejar de asesinar a los demás, si queremos dejar de hacer la guerra, abramos sinceramente nuestro corazón a Dios y dejémonos guiar por su Espíritu de Sabiduría.
Mc. 9, 30-37. Jesús es el más importante pues se ha hecho como el último, como el servidor de todos. Él no vino a brillar y a elevarse por encima de todos pisoteando los derechos de los demás; Él ha sido exaltado a la Gloria del Padre y ha recibido el Nombre que está sobre todo nombre porque se humilló a sí mismo tomando condición de esclavo. Él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por nosotros. Él enseña a sus discípulos el camino que conduce a la Gloria: Entregar la vida para que los demás tengan vida. No debemos tener miedo a preguntar, no tanto a lo que hace Cristo por nosotros, sino a lo que hemos de hacer nosotros en favor de los demás. A pesar de que los apóstoles tienen miedo y eluden esta pregunta, Jesús les indica que si alguno quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos. Hay muchos que viven desprotegidos a causa de su pobreza, a causa de sus enfermedades, a causa de haber sido estigmatizados malamente por la sociedad. Esa ralea de gente despreciada debe ser recibida por nosotros, como si recibiéramos al mismo Cristo; ellos merecen, más que nadie, nuestras muestras de afecto y nuestra preocupación para ayudarles a salir de su condición de dolor y sufrimiento. Hacer eso es hacérselo al mismo Cristo; despreciarlos a ellos equivale a despreciar al mismo Cristo. Ojalá y, a imagen de Cristo, nos convirtamos en el último de todos y en el servidor de todos.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
En esta Eucaristía no celebramos al Señor vencido por la muerte, sino que venció a la muerte, ahora vive para siempre. Este es el Misterio Pascual que nos reúne en torno al Señor. Su servicio más grande hacia la humanidad se convirtió en servicio en el amor; en el amor que salva, que perdona y que da vida, y Vida eterna. Mediante este lenguaje de amor el Señor quiere que, quienes creemos en Él y entramos en comunión de vida con Él, sigamos sus mismas huellas. La Iglesia, que lo tiene a Él como Cabeza y principio, no puede inventarse otro camino, sino que al igual que su Señor ha de pasar por la muerte, por la entrega hasta el extremo, para dar vida, para hacer que la vida del Señor llegue a todos los hombres de todos los tiempos y lugares.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
¿Entendemos este lenguaje de Cristo? o ¿Nos da miedo preguntarle al Señor lo que hemos de hacer para no quedarnos en cristianos de pacotilla, sino vivir con la máxima lealtad nuestra fe en Él? Ojalá y no queramos mal utilizar nuestra fe cristiana para un medro personal, de tal forma que, incluso, a nombre de Cristo hagamos guerras santas para brillar ante los demás y tratar de conservar nuestro prestigio, nuestro poder. Recordemos que el servicio a favor del Evangelio no es servicio a la muerte, sino a la vida. Junto con Pablo gloriémonos de Cristo, y Cristo crucificado, y que ha dado su vida para salvar a quienes fueron atrapados por el mal, por el pecado. Recordemos que quien pudiendo servir domina, es de este mundo; y que quien pudiendo dominar , sirve, es de Cristo. Nosotros hemos sido puestos al servicio del Evangelio, no para purificar al mundo librándolo de los malvados acabando con ellos en guerras fratricidas, no para empujarlos a la salvación con violencia, sino para llevarlos a Cristo mediante el amor que se hace entrega y servicio. Este es el camino de salvación que Cristo nos manifestó. Este, y no otro, es el mismo camino que hemos de seguir quienes creemos en Él, especialmente quienes nos gloriamos de llamarnos su Iglesia
Que Dios nos conceda, por intercesión de María, nuestra Madre, la gracia de saber amar como siervos que están al servicio del Evangelio. Que no nos convirtamos en perseguidores de nuestro prójimo, que no lo humillemos ni le hagamos más difícil su existencia, sino que, poseyendo la Sabiduría de Dios, proclamemos la Buena Nueva siendo comprensivos con todos y dóciles a la Palabra de Dios que nos quiere como signos de la Misericordia divina y portadores de la Paz. Entonces seremos realmente dignos de participar de la Gloria de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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